Adultos distraídos con el móvil: su efecto en la conducta infantil y juvenil
Tatiana Íñiguez Berrozpe, Universidad de Zaragoza; Ana Cebollero Salinas, Universidad de Zaragoza; Carmen Elboj, Universidad de Zaragoza y Pablo Bautista Alcaine, Universidad de ZaragozaAcaban de cenar, se sientan en el sofá y la hija preadolescente le está contando a su madre que ha recibido un mensaje ofensivo en Instagram, quizás es una tontería, pero le ha hecho sentir mal… Sin embargo, su madre está absorta en su propio móvil contestando los whatsapps que no ha podido leer durante el día. La niña se calla y coge su smartphone para mirar Tik Tok… ¿Les suena esta imagen?
El acoso en la red o cyberbullying es una realidad preocupante que afecta, en mayor o menor medida, a uno de cada tres menores en España. En el mundo, según la OCDE, el 23 % de los estudiantes de Secundaria afirma haber sufrido acoso en internet al menos varias veces al mes. Dada la relevancia que tiene el entorno familiar en su facilitación o prevención, hemos investigado qué papel tiene la supervisión familiar y el propio uso del móvil de los adultos responsables en la aparición de estas conductas.
El phubbing parental es un fenómeno reciente que consiste en estar distraído o distraída con el móvil y no prestar atención a un hijo o hija durante una interacción. La palabra, de uso coloquial en inglés, surge de la suma de snub (ignorar) y phone (teléfono); por lo que en español algunos lo han traducido como “ningufoneo”.
En nuestro análisis, nos hemos centrado en explorar cuál podría ser la relación de esta falta de atención con la aparición de conductas de riesgo en niños, niñas y adolescentes. Además, nos hemos planteado si existían posibles diferencias por género o edad.
Para dar respuesta a estas preguntas, entre otras, realizamos un estudio en Aragón con 1 554 estudiantes de Primaria y Secundaria entre 10 y 18 años mediante la técnica de encuesta.
Ignorar tiene consecuencias
Hemos podido confirmar que la supervisión familiar del uso de internet por parte de los menores, y de sus comunicaciones en redes sociales es un factor protector ante el hecho de convertirse en agresor o víctima del ciberacoso.
También que cuando los padres tienden a concentrarse en el móvil mientras comparten tiempo de conversación con los menores hay más posibilidades de que estos incurran en roles de agresor o víctima en sus interacciones en internet.
Uno de cada cuatro de estos estudiantes preguntados reportaban ser ignorados por parte de su padre o de su madre al estar estos mirando su móvil (el 23 % de las chicas y 25 % de los chicos decían que recibían phubbing por parte de su madre, y 28,1 % de las chicas y 28,9 % de los chicos por parte de su padre).
Si separamos los resultados por sexos, encontramos que el phubbing tiene más consecuencias entre los chicos, que son agresores con mayor probabilidad, mientras que la supervisión familiar resulta más efectiva para la prevención de la ciberviolencia en el caso de las chicas.
Las edades críticas
En cuanto a la edad, la supervisión parental disminuye mucho en adolescentes a partir de 15 años. Sin embargo, su efecto positivo en esa etapa es similar a los otros grupos de edad, por lo que sería ideal mantener la supervisión.
Por otro lado, aunque el phubbing parental afecta negativamente a todos los grupos de edad, es especialmente preocupante entre los menores de 10 a 12 años a la hora de convertirse en ciberagresores.
Estar presente, supervisar, y no prohibir
Estos resultados sugieren que la supervisión familiar de los adolescentes en su uso de las redes sociales e internet les ayuda a desenvolverse de forma sana y segura en el mundo virtual.
No se trata, por tanto, de la prohibición del uso de los dispositivos móviles, que los menores pueden considerar como una vulneración de su independencia, sino de una supervisión consciente y constructiva de cómo se usan para prevenir conductas de riesgo, tales como el ciberacoso. Y esta debería ser continuada en el tiempo, dado el efecto positivo que tiene incluso en el grupo de mayor edad.
Y dar ejemplo
Sin embargo, la educación digital proporcionada por la familia no es el único elemento necesario para lograr ese desarrollo personal saludable. La forma en que los padres y madres utilizan sus dispositivos electrónicos actúa como un modelo negativo para niños y adolescentes. Y el hecho de que los hijos puedan percibir que son ignorados cuando sus familiares están utilizando sus teléfonos móviles puede promover aún más marcadamente un “comportamiento de exclusión” que interfiere en las relaciones entre los progenitores y sus hijos, y puede conducir a conductas de riesgo en línea como el ciberacoso.
La prevención del ciberacoso por lo tanto debe incluir la sensibilización de las familias hacia estrategias de parentalidad positiva que incluyan la supervisión y dar un buen ejemplo.
El uso responsable de las redes sociales e internet supone enseñar a nuestros hijos e hijas la importancia del respeto en internet, lo que se conocer como “netiqueta” (acrónimo de net –red, en inglés– y etiqueta, que hace referencia a las normas de conducta socialmente aceptables en internet).
Las reglas de la netiqueta incluyen, entre otras, el respetar la privacidad del otro (no compartir imágenes o datos de otros sin permiso), interactuar con los demás con respeto, verificar siempre las fuentes o ayudar si alguien es acosado. En definitiva, comportarse con los demás en la red como nos gustaría que se comportaran con nosotros.
Pero, además de la netiqueta, enseñar un uso responsable supone también que todos aprendamos una nueva manera de convivir con los móviles en familia. En este nuevo panorama en el que dispositivos y redes sociales ejercen tanta atracción sobre nuestra atención, es importante priorizar la comunicación en persona.
Tatiana Íñiguez Berrozpe, Profesora Titular del área de Sociología, Universidad de Zaragoza; Ana Cebollero Salinas, Profesora Facultad de Educación Universidad de Zaragoza, Universidad de Zaragoza; Carmen Elboj, Full Professor, Universidad de Zaragoza y Pablo Bautista Alcaine, Profesor Interino, Universidad de Zaragoza
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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